viernes, 11 de noviembre de 2011

El turno


Pendulaba sobre sus propios pies como buscando que se le escapara el alma, otra mujer desesperada esperaba.
Cuando le llegó el turno entro al matadero con la cabeza gacha, y el corazón destruido. Todavía no entendía muy bien qué era lo que hacía ahí, pero allí estaba y no le quedo más remedio que afirmar sus pies fuerte en el piso para proseguir su marcha hasta la mesa de la morgue.
El “doctor”, porque así le llamaban todos, afiló sus dedos y se los puso uno tras de otro en la garganta para obligarla a hablar.
Ella no estaba enojada, estaba supurando una herida que no la dejaba dormir y que de a ratos le hacía pegar alaridos de dolor, desgarrador a todas luces para los oídos de cualquier hombre. Ella sabía muy bien el porque de su molestia, sabía muy bien que la habían lastimado en todo el cuerpo, con navajas, con palabras, con besos y sexo, con risas y miradas, la habían lastimado con su propio amor y la herida había comprometiendo gravemente al corazón, el cual disparaba sangre infectada para todos lados sin discriminar ya que, medicarse con agua podrida no había sido una idea muy inteligente y cada célula de su cuerpo ya estaban en pleno estado de descomposición.
La mujer se acomodó mejor en el silloncito que le habían acomodado en el centro y comenzó a cortar una por una sus venas preguntándose con cada corte si el responsable de la faena aún la quería, si ese tipo podía dormir tranquilo por las noches sabiendo que la había matado de la manera más fría y cruel que existe, y si sabría que fue ella quien tomó al hombro su propio cadáver y comenzó a coserlo para que como la ropa “tirara un poco más” , aunque sabía perfectamente que era eso o morir, sabía que no iba a quedar igual, que algunos agujeros eran imposibles de zurcir y que sus agujas tampoco eran del todo buenas, pero no le quedaba de otra, ya había descubierto que morir por alguien así no valía la pena, y se debía conformar con vivir, a medias, sabiendo que ya no se apiadaría nunca más, que lo que alguna vez fue ya era historia, y una historia que ya no le importaba a nadie, ni siquiera a ella.
El “doctor”, determino que lo que le convenía a la paciente era conseguirse una visión de repuesto, pues ya no le convencía nada, ni nadie, ni siquiera aquello que veía al espejo todas las mañanas al levantarse, y ahora debería lidiar con un universo “de repuesto”, desconocido en todas las medidas.
Y como ya se sabe, lo desconocido da miedo, aún sin saber si será bueno o malo para el que lo transita…. Y la decisión: péndula y zurce…. Sobre sus propios pies… esperando…. Deseando… que se le escape el alma de una buena vez por todas.

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